Pasamos un día por la puerta y decidimos llamar para reservar ya que nos pareció acogedor. Ya desde el primer momento, con la llamada para la reserva, la chica que me atiende lo hace de una forma bastante seca y hosca. Me indica que la única hora que le queda libre es a las 21 y que debemos abandonar la mesa antes de las 23 por el cambio de turno de camareros, como ya he comentado de una forma muy poco cortés. Llegamos al restaurante a las 21, nos indica un camarero que nos pongamos en la mesa de "allá al fondo", no había nadie y ni siquiera se dignó a acompañarnos. Posteriormente acudió a la mesa y nos tomó nota. Pedimos un menú degustación rodas para dos personas y una botella de vino blanco recomendado por el camarero (quien me confesó cuando vio mi cara al catarlo que era el vino más corriente que tenía, no entiendo por qué lo recomienda). Estuvimos esperando el menú 45 minutos, sin ninguna explicación por parte de los camareros, ni tan siquiera una advertencia previa. Mientras tanto las idas y venidas de platos y camareros entre el local de al lado y el restaurante donde estábamos era incesante. Tras ir llegando gente con citas posteriores e incluso ser servidas, mi pareja se acerca a la barra para preguntar por la tardanza y le indican que "es que ese plato tarda". Después de tanto tiempo de "elaboración" me esperaba al menos algo comestible. En su lugar nos trajeron una auténtica bazofia precocinada y vomitiva. La musaka me trasladó a mis años de estudiante, con la bechamel plástica que baña las lasañas congeladas, tan socorridas en esa época de mi vida. La pasta con ternera, estaba pasada, tenia una costra en el borde provocada por el recalentamiento en microondas y el tomate que lo aliñaba era de bote claramente. Pero lo peor llegó a la hora de probar la brocheta de cerdo, ese cerdo estaba muerto desde que aristóteles dijo su primera palabra. El cerdo olía ácido y a carne podrida, le habían aplicado una cocción tan intensa que estaba carbonizado en algunas partes, imagino que para camuflar el sabor a descomposición. Evidentemente casi ni probamos el menú. Ya por último viene la camarera, después de varios intentos fallidos porque acudiera a nuestra mesa y ni tan siquiera se cuestiona por qué no hemos comido nada. Se lleva los platos y se va sin más. Cuando retorna le informo de que el cerdo está en mal estado (obvié comentar el resto). Me pregunta "¿cómo? " con un gesto altivo. Le repetí el comentario nuevamente, a lo que me contestó que iba a acudir a la cocina a comentarlo. Tras un breve paso por la cocina nos indica que "el cerdo está bueno" y "que otra cosa es que no nos guste" y que nos va a aplicar un 10% en la carta, todo ello de muy malos modos y como quién perdona la vida a un condenado. Replicamos que no era necesario, pero se fue sin más contestación. Abonamos el importe exacto de la cuenta, cada céntimo de euro y ni uno más. Teníamos que haber dejado una hoja de reclamaciones como propina, pero ya no tenía ganas de más, aunque estas cosas tienen que hacerse sin duda y ahora me arrepiento de no haberlo hecho. Sinceramente, me estropearon la noche. Me fui con hambre, un cabreo descomunal y un dolor de cabeza por el vino que aún me dura. Penoso.