Restaurante: El Lagar de las Maestrillas

En primer lugar he de decir que caímos en él por casualidad, pues los demás de la zona estaban completos (el Yugo de Castilla, los Tarantos...). Te atiende una única persona, que es como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. El restaurante es frío, unas cuantas mesas dispuestas en dos filas, bastante apelotonadas, con una televisión con el telediario puesto y el volumen a toda pastilla. La mitad de las cosas de la carta no las tenían (se les habían acabado), así que optamos por pedir unos entrantes (ensaladas, chorizo...) y un segundo plato para cada uno. Las aceiteras parecían más bien "chorreteras", con numerosos restos (pelos), cuando se lo hicimos ver al camarero-cocinero-metre se llevó la aceitera y le pasó un trapo de manera somera y nos la volvió a dejar en la mesa, sin pedir disculpas. El entrecot que pedimos era de todo menos fresco, desprendiendo un fuerte olor a carne pasada, unas patatas prefritas acompañaban a tan suculento plato, por lo que optamos por pedir la cuenta, y pirarnos. El dueño, como no podía ser de otra forma, tampoco preguntó si estaba todo bien, algo que debería haber hecho al ver como dejábamos todo. En fín, una mala experiencia, y un sitio a incluir en el apartado de "No volver en la vida".