Fue una experiencia de esas que no te puedes creer. Al llegar nos atendió un camarero con acento extranjero sumamente borde. Por muy desbordado que estés hay que responder bien al cliente si te está pidiendo, además, algo por favor. Durante la comida nos atendió un señor mayor muy simpático. Pero al acabar mi segundo plato (un solomillo de 19 euros de unos 300 gramos) y al preguntarnos otro camarero si nos había gustado todo no pudimos menos que hacerle observar que casi un tercio del solomillo no se podía ni cortar pues era puro nervio. Retiraron los platos y vino el camarero mayor a chequear qué tal había ido como segunda ronda de test de calidad. Le dijimos de nuevo lo del solomillo que se acababan de llevar y que con ese precio, a unos 6 euros los 100 gramos de carne, no podía ser. Él nos dijo que aunque ya se hubieran llevado el plato y no lo viera realmente cómo era la situación él siempre creía al cliente. Al cabo de tres minutos llegó el camarero del acento extranjero del inicio con un entrecot fileteado (no un solomillo) que no habíamos pedido en ningún momento. Pero en vez de pedir disculpas por la pésima calidad o dejar el plato sin más (insisto en que nunca pedimos el cambio de plato pues ya habíamos acabado) empezó a echarnos una monserga sobre que no se puede hacer eso una vez acabado el plato, recriminándonos una conducta que no habíamos tenido en ningún momento. Acercaba el plato a la mesa y lo alejaba, como un jueguito. Como si tuviéramos que suplicar por aquel filete. Le contestamos que si nos lo iba a dar lo dejara en la mesa de una vez y no nos faltara al respeto, que nos dejara comer o que si no se lo llevara. Pedimos la presencia del dueño al ver la chulería del tipo y cómo se encaraba y nos dijo que era él. Mentira. En este punto él ya estaba gritando. Y ahora sí llegó el verdadero dueño, un tipo impresentable que quitó violentamente el plato a su empleado y acogiéndose al derecho de admisión nos echó entre gritos "a la puta calle". Como el sitio es bien pequeño, las otras mesas empezaron a tomar parte, a gritar también, a aplaudir porque los camareros obviamente hicieron piña entre ellos y empezaron a contar su versión a las mesas de al lado. Por cierto, tuvimos que aguantar el hocico del perro de la pareja de al lado en nuestra mesa y ahí nadie dijo nada. Por mucho que nosotros intentábamos aclarar que jamás pedimos aquel plato de nuevas no hubo manera. Simplemente nos preguntaron por la calidad y la experiencia y respondimos con honestidad aportando la prueba de una madeja de ternillas incomible. Aquello se convirtió en un fuenteovejuna. Tuvimos que salir literalmente en medio de un juicio público como pillastres. Una vergüenza de personal y de trato. Jamás en nuestra vida nos habían tratado así. Jamás un dueño/encargado puede ponerse histérico sin preguntar. Les dijimos que pensábamos llamar a la policía y ahí amainaron algo. Además, todo el peso de la discusión la llevó mi amigo al principio, que es sudamericano. Cuando yo abrí la boca y vieron que yo sí era española ahí cambiaron algo sus formas. Encima, racistas. Deberíamos haber puesto una hoja de reclamaciones como mínimo pero fue una situación tan violenta (te están echando de un sitio), que llega un momento en que no piensas fríamente y con lucidez. Sólo tratas de defenderte, dos frente a un escuadrón, y tratar de explicarte de manera racional y lógica frente a su violencia verbal. Una pena que en hostelería siga habiendo estos restos de la España profunda y más en un sitio tan turístico. Dice poco de nosotros.