Restaurante: Ipar Txoko
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Calle Mozart, 22 Barcelona, Barcelona 08012 Calle Mozart, 22 Barcelona, Barcelona 08012 Calle Mozart, 22
Barcelona, Barcelona 08012
España
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acerca del Restaurante Ipar Txoko
El Restaurante Ipar-Txoko, ubicado en el barrio de Gracia, Barcelona, ofrece una cocina tradicional vasca elaborada con los productos de temporada; lo más fresco del mar, la tierra y la huerta. Entre sus especialidades destacan las carnes y los pescados, entre los que se encuentran las almejas a la marinera, tortilla de bacalao, kokotxas y la merluza de pintxo.
Ipar-Txoko es un lugar idóneo para disfrutar con la familia y los amigos disfrutando de la típica comida vasca en un ambiente decorado al estilo tradicional. Además, te introduce en un ambiente de su gastronomía, explicándote todos los platos que componen la carta.
Información de interés sobre el Restaurante Ipar Txoko
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Capacidad aproximada: 40
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Días de descanso - Vacaciones: Domingo
Instalaciones y servicios del Restaurante Ipar Txoko
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local no fumadores
clasificación del Restaurante Ipar Txoko
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información adicional sobre Restaurante Ipar Txoko
Intentaré resumir, aunque no será fácil, qué clase de experiencia gastronómica se vive en este restaurante. Comer es siempre una experiencia subjetiva pero, y desde el máximo respeto a sus clientes más o menos habituales, no voy a tolerar ni por un segundo más que esta sucia cueva de alí babá norteña siga cosechando buenas críticas. Es un verdadero escándalo leer lo que se puede leer de este restaurante en internet, según las cuales si no es el mejor vasco de Barcelona, casi. Había un antecedente. Fui una vez anteriormente, siguiendo la recomendación de un conocido. La experiencia fue de lo más decepcionante, pero cuando se lo conté a este conocido al pobre se le quedó cara de extrañeza. Un día malo lo tiene cualquiera, pensé, y espoleado por mi conocido, por las buenas críticas y por mi aprecio por la cocina vasca, decidí volver a darle una segunda oportunidad… el “buen trato”: una de las muchas falsedades que se pueden leer en las críticas. Nos dieron mesa para dos a las 21:00. Llegamos cinco minutos tarde pero nos encontramos con que todavía no estaban del todo listos. El camarero principal, un tipo vociferante y vestido con ropa sucia (nada, pero nada que ver con un vasco normal; hay que viajar más y fiarse menos de lo que rezan algunos tópicos), nos hace ver a las claras que les molestamos durante aquel minuto de reloj que les faltaba para terminar de preparar la última mesa. Acerca del local en sí no me voy a extender demasiado. Bastará con decir que es pequeño, desordenado, sin ningún atisbo de buen gusto, y que sin ser ninguna guarrada sinceramente los he visto más limpios. Pude, desde mi mesa, ver la cocina, y las condiciones de higiene en la misma ahí sí que dejaban bastante que desear, en especial en lo referente al personal. “muy auténtico”: total, nos sentamos. En un alarde de estupidez supina, como si ello constituyese una garantía de calidad a priori, algunas críticas se afanan en señalar que “un señor con acento vasco te canta los platos del día”. Falso: te canta la carta entera de corrillo. De modo que ya de entrada te dejan claro que no vas a tener ni idea de qué es lo que vas a pagar al final. Se genera ahí un pequeño ambiente de intimidación (“¿le pido mejor la carta y me lo pienso tranquilamente, o quedaré como un memo que no sabe comportarse por hacerlo? ”) que resuelves pidiendo lo que tu memoria más o menos a disgusto ha podido retener. Por cierto, a mí que tenga acento vasco o acento bantú realmente me trae sin cuidado, siempre y cuando la comida sea buena (y a eso ya llegaremos). Lo único que sí sabes qué te va a costar es el vino, que, esto sí, se pide de una carta. Pedimos un muga de 20 € que, en otro alarde de “buen trato”, se limitaron a arrojar sobre la mesa sin molestarse a servirlo (no digamos ya darlo a probar, ¡malditos esnobs! ). Esta práctica de cantar la carta, a mi humilde entender, debería estar terminantemente prohibida, si es que no lo está ya y los de ipar-txoko se limitan a pasarse la normativa por el orto; sinceramente lo desconozco. Alguien podría pensar que, intimidaciones aparte, por qué no pedimos la carta y punto. Vale. Puedo decir que una mesa de al lado que llegó un poco más tarde la pidió, y adivina tú cual fue la respuesta… “el mejor vasco de Barcelona”: en fin, nos tomaron nota de una ensalada de ventresca para mi pareja, y para mí unos piquillos rellenos de rabo de buey. De segundo, chuletón para compartir. La ensalada era una ensalada buena, con producto de calidad. Los piquillos, bien, no estaban malos, pero ojo, de esa cocina del día, respetuosa al máximo con el producto y tal y tal que tanto y tan bien se defiende en euskadi y Navarra, nada de nada. Eso salió de una nevera / congelador, se pasó por un microondas y, obviamente sin demasiado interés, se me sirvió a temperatura sólo un pelín más caliente que la de ambiente. Y luego vino el chuletón… no me voy a andar con rodeos: ese ha sido el peor cacho de carne, y llevo ya unos cuantos, que me he comido en mi vida. Para empezar, los platos calientes nos los trajeron 10 minutos antes de servirlo. Yo no le pido a nadie de fuera de mi entorno profesional que esté familiarizado con la ecuación de fourier de la conducción del calor, pero hay cosas que caen por su propio peso, y que la cerámica se enfría deprisa lo sabe hasta el mayor de los pazguatos. Finalmente nos presentan el chuletón. Ipar-txoko es uno de esos restaurantes que todavía no han aprendido que, si la traes en una plancha al fuego, la carne se sigue cocinando. El chuletón llegó ya pasado de cocción en su parte central. La carne, aparte de pasada, era insípida, astillosa y reseca, y para acabarlo de rematar, demasiado mantecosa. Lo normal de la cocina vasca, tu sabes… simplemente por las ganas de llevarme algo bueno a la boca, pedí de postre una cuajada. Menos mal. “gracias y buenas noches”: pedimos la cuenta. Redoble de tambores… 115 €. El infame chuletón salió por “sólo” 42 €. Cabe añadir que toda esta satisfactoria a la par que económica experiencia fue alegremente aderezada con gritos y discusiones entre camareros, incapaces de resolver los problemillas que les surgían sin que el local entero se enterase, y en realidad sin que les importase un comino que así fuera. De modo que, en resumidas cuentas, si esto es un buen restaurante, como dijo el sabio yo “me la tallo i em faig monja”.
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