La semana pasada vine a gama's a cenar con unos amigos, y aún me dura el enfado del pésimo servicio que recibí. No fue peor porque decidimos ignorar las provocaciones, pero sinceramente, nunca esperé ser tratado con tal desprecio y condescendencia en un restaurante, mucho menos en uno con esos precios. Ya desde que nos sentamos, la actitud del camarero que nos atendió, que por cierto, no estaba en los años anteriores, era un pelín altanera, pero de entrada no le dimos importancia. Pedimos de entrantes unas coquinas o tallarinas, unas navajas, sepionas, y sonsos. Y de segundo, dos turbots (rodaballos, según nos dijo el camarero con desprecio, como si estuviéramos obligados a conocer los nombres de los pescados en todos los idiomas) para los cuatro. Lo primero que llegó fueron los sonsos, que estaban muy buenos. Y luego llegaron las coquinas, origen de todos los problemas. Según llegaba el plato de la cocina, olía a podrido que echaba para atrás, y al dejar el plato en la mesa, el camarero se fue rápidamente, mientras nosotros comprobábamos con sorpresa que el olor provenía, efectivamente, del plato. Nos resultó incomprensible que no lo hubieran notado al sacarlo, porque era realmente fuerte, y no podíamos entender cómo, en un sitio con cierto nivel, habían permitido que eso llegara a mesa. Llamamos al camarero, y al decirle que olían mal, se acercó el plato a la nariz, se encogió de hombros, y se lo llevó poniendo cara de “a estos se les ha ocurrido la gracieta de que huele mal, no tienen ni idea de marisco”. No somos expertos en marisco, ciertamente, pero tenemos sentido del olfato, y, además, lo dijimos con toda corrección y humildad. Minutos más tarde, escuchamos desde la cocina y la barra, que distaban unos 6 o 7 metros y no estaban cerradas, una conversación despectiva entre el camarero que nos había atendido, otro camarero que estaba en la barra, y el cocinero, quejándose de nuestra actitud. En ningún momento habíamos puesto mala cara ni habíamos dicho mal las cosas, simplemente le pedimos que se llevara el plato, que olía a muerto, porque no queríamos tenerlo en la mesa. Y en ningún momento se nos ofreció una alternativa, una justificación, ni mucho menos, una disculpa. Desde ese momento, intervino una camarera que, con muy buena intención y voluntad, intentó mediar y arreglar las cosas, sirviéndonos ella y preguntándonos constantemente si lo que iba saliendo estaba bien. La verdad es que las navajas que nos trajeron a continuación estaban muy buenas, y la sepiona no estaba muy bien limpiada, pero era de muy buena calidad. Terminados estos platos, la camarera nos dijo que nos traía el pescado. Como no habíamos recibido ninguna explicación respecto a las coquinas, ni si iban a ponernos otro plato ni si queríamos alguna otra cosa, preguntamos de buenas maneras siempre, si no iban a salir. Vino entonces el primer camarero, con su tono burlesco inicial, y nos dijo que esas coquinas eran las que tenían, que si olían mal, no podían hacer nada, que el marisco vivo olía fuerte. Ahí ya empezamos a enfadarnos de verdad, y le dijimos que no seríamos expertos en marisco, pero que desde luego, a podrido no olía. Nos dijo que si queríamos, nos enseñaba la fecha de envasado, pero le insistimos en que ese no era el problema, que entendíamos que lo mismo eran una o dos que habían salido malas y habían pegado el olor a todo el plato, pero que el plato olía mal y punto. Para rematar la faena, en ese momento apareció el dueño (o quien parecía ser el dueño), un tal paco, y con unos aspavientos chulescos que ya nos dejaron a cuadros, nos plantó una malla con coquinas diciendo “esto es lo que os he servido, he sacado 13 raciones hoy y sin ningún problema, aquí está la fecha de envasado”. Como digo, yo alucinaba. Con lo fácil que hubiera sido al principio decir “ah, lo mismo alguna estaba mala, lo sentimos, quieren que les saquemos otra ración o alguna otra cosa? ”, y hubiéramos acabado la cena perfectamente, e incluso hubiéramos vuelto, ya que la calidad de los productos es sin duda, muy buena. Pero no, resulta que les ofendió que un plato suyo oliera mal, y decidieron que era un capricho nuestro. Que no lo era, pero que aunque hubiera sido así, si actúan de otra manera, hubieran salido ganando sin duda. Total, que al tal paco le dijimos que nos daba igual cuántas hubiera servido, que la nuestra olía mal, aunque fuera por culpa de una o dos, que no eran formás de atender a un cliente, y que, desde luego, esas coquinas no estaban vivas, por mucho que su camarero hubiera justificado el olor en que era marisco vivo. Con la misma chulería, hizo una reverencia burlesca diciendo “vale, vale, pues nada, discúlpenme”, y se fue.