Las instalaciones no han sido renovadas desde el paleolítico y ya no dan más de sí. Se establece, en días de afluencia masiva, un turno de mesas al menos doble, con la incomodidad que ello supone ya que la gente no tiene dónde esperar y las camareras te meten prisa para que te vayas. No hay carta sino que las camareras te cantan la oferta de pescado del día, sin que puedas conocer los precios, claro. Carta de vinos sí hay, suficiente y no abusiva en los precios. El pescado es la estrella en este local. La calidad es alta y la realización aceptable. No se cocina sino que todo pasa por la parrilla, con lo que la oferta acaba resultando monótona. Las almejas a la marinera no están a la altura y su precio parece excesivo: casi dos euros por cada bichito, no de primera calidad, que aparece endurecido por un exceso de cocción en un aguachirle inconsistente del que hay que rescatarlo con artes de pesca.