Cuando se entra en la sidrería sorprende el ejército de escanciadores eléctricos. Pésima señal para quien acude a un local a beber sidra, fundamentalmente. Nos colocan en una mesa del lagar, ya que el comedor está completo. Estruendo insoportable y masificación excesiva. Unos pocos camareros jóvenes, con buena disposición, pero totalmente desbordados. Sidra aceptable, m. Zapatero, pero escanciado testimonial que obliga a recurrir a artilugios eléctricos ya desfasados. La sidra se calienta ante la tardanza y la incomodidad sigue en aumento. La comida se mueve entre lo notable y lo ramplón. Sus famosas patatas chip llegan sin escurrir y grasientas en exceso. Las parrochas, con jamón algo rancio, son correctas. Los chorizos a la sidra son aceptables, los calamares son de escasa calidad y llegan sin nada de sal y el jamón ibérico es bueno, aunque se paga caro. Nada que ver con lo que uno recordaba en épocas no tan lejanas, cuando gervasio regentaba el negocio y no queda ninguna gana de repetir.